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Por: Lic. Rosina Crispo

Los sociólogos norteamericanos que estudiaron las etapas evolutivas de la vida de una pareja acuñaron este término tan gráfico: «etapa del nido vacío».

¿A qué llamaron «nido vacío»?: al momento en que los hijos, ya grandes (finalizando el secundario, universitarios, empleados, etc.) comienzan a “despegar vuelo” y están mucho menos tiempo en casa.

La pareja se encuentra entonces con espacios vacíos: no sólo comparte menos tiempo con los hijos, sino que además se siente menos necesitada, puesto que los mismos requieren ahora otro tipo de dedicación.

El padre, por lo general más absorto en su trabajo “cae más en la cuenta” los fines de semana. La madre, en cambio, generalmente más dedicada a la atención de la casa y de los chicos, sufre más duramente el impacto de la ausencia.

Cada familia transita por esta etapa de una forma particular, que depende de un sinnúmero de variables, que no detallaremos aquí. Pero en líneas generales, podemos decir, que las familias que lograron adaptarse con menos sufrimiento y conflicto son las que pueden comenzar a “llenar estos espacios” de otra manera y por lo tanto presionan menos para retener a sus “pichones”.

A título de ejemplo, resumiremos dos consultas que se efectuaron por dificultades suscitadas en esta etapa de transición.

Una madre desocupada

Rosana, de 45 años, consulta por “una vaga sensación de disgusto en la semana… una desazón”. “No tendría que estar mal porque tengo todo lo que necesito. Me llevo bien con mi marido y mis hijos son mi orgullo. No sé qué me pasa, no me veo linda, incluso este año he engordado varios kilos. Me parezco a mi madre, que se queja de todo”.

Comenzamos a investigar con Rosana cuáles son sus actividades a lo largo de la semana, día por día. Tiene gran parte de su tiempo dedicado a sus hijos y a la casa y otra parte a su madre, que vive sola en un departamento cercano.

“Durante la mañana tengo siempre cosas que hacer, claro que no tanto como antes porque la casa ni se ensucia …”

Primer dejo de tristeza en Rosana: “algo la aflige en esta limpieza”. Por la tarde visita a su madre o se queda en su casa.

Como consecuencia de esta indagación se da cuenta de que “en realidad no estoy siempre deprimida. Los martes y jueves me pasa más. El día se me hace interminable. A medio día como más que otros días”. Los martes y jueves son los días en que sus hijos, por distintas ocupaciones, no vuelven a la casa para almorzar.

Rosana no sabe aún que ese es tiempo que ella puede empezar a recuperar para sus cosas. “Estos espacios que se van abriendo con el crecimiento de sus chicos, si no los ocupa Ud. alguien se los va a ocupar y nuevamente tendrá que postergar sus proyectos!”, dice la terapeuta. “Es cierto! Mi mamá me está absorbiendo cada vez más!. Ella sabe que los chicos no están y no hace más que quejarse de sus enfermedades… y yo voy”.

Convinimos en que su etapa de “nido vacío” había comenzado y trabajamos en la dirección de que ella re-descubriera las cosas que alguna vez quiso hacer y no hizo, o que postergó por falta de tiempo.

Al cabo de unos meses, Rosana retomó gimnasia (dos veces por semana: martes y jueves a medio día). Sale con una amiga, concurre a un curso de cocina con microondas que tenía pendiente desde que compró el horno.

Ahora se ríe cuando cuenta que sus hijos, que finalizaron sus clases, protestan porque ella no está. Pero, a pesar de eso, todos prefieren que continúe con sus actividades, porque así está mejor.

Al finalizar el año, Rosana está más flaca, más contenta y con nuevos proyectos. Al despedirse de la terapeuta le dice “ya sé que cuando me vengan los bajones tengo que revisar mis proyectos, para no llorar por el «nido vacío»… Ahora estoy segura que no voy a terminar como la Marrima!”

Los chicos también sufren

Milagros (de 19 años) estudia odontología y es la mayor de cuatro hermanos. “Mamá es la que me preocupa porque es joven (40 años), pero la veo avejentada, triste y enojada y me siento cada vez más impotente para ayudarla”.

Cuenta que tiene muchas dificultades para que su madre acepte que está muy ocupada (estudia y trabaja) y que se siente herida cuando la madre le recrimina que si no está en casa “quién sabe en qué andarás”.

A raíz de esta situación le comuniqué a Milagros que me parecía conveniente tener algunas entrevistas con la madre, sugerencia que ella aceptó.

Dolores (la madre), accede a venir porque está sufriendo mucho por su exceso de celo materno, y tiene necesidad de contarme cómo ve ella las cosas a ver “si Ud. puede hacer algo” por mi hija.

“¿Cómo puede ser doctora?, Esta chica no está comiendo bien, trabaja todo el día y después empieza con los libros. No tiene novio! Yo a su edad estaba por casarme”.

Le pido a Dolores que me cuente cómo era Milagros de niña. Escucho el relato de una madre orgullosa de su cría. A través de las anécdotas que relata se hace evidente no sólo su gran dedicación como madre, sino también su espíritu luchador, que ha impulsado siempre a sus hijos a crecer y a desarrollarse.

“Y usted Dolores, con el ejemplo que les ha dado ¿pretende que sus hijos se queden quietos? ¿que no quieran abarcar todas las posibilidades que usted y su marido abrieron para ellos?”

Dolores acepta que Milagros se le parece y que en realidad ella sabe que no puede pararla, “pero, sabe, me hace sentir vieja”.

“Usted no es vieja, pero ciertamente sus hijos ya no la requieren tanto… qué piensa hacer con sus horas libres?”.

Dolores no sabe lo que es tener horas libres porque por su modo de ser nunca se lo permitió, pero entiende que puede empezar a utilizarlas de otro modo, cuando hablamos de “la etapa de nido vacío”.

Al cabo de una serie de entrevistas Dolores comenzó un curso de jardinería, puesto que las plantas le gustan mucho. Comenta además, que como ella está bien no hay mayores problemas, ya no discuten tanto. Milagros por otra parte tiene novio “y me dijo cuando se ennovió: ¿como querías que tuviera novio si vos me consumías todo el tiempo disponible? Tenía razón, pobre hija”. Milagros también está contenta, por ella misma y porque la ve bien a su mamá.

Estos dos ejemplos intentan ilustrar cómo la dificultad para adecuarse a esta nueva etapa de la vida afecta tanto a los padres como a los hijos. Lamentablemente no todos los casos se resuelven tan exitosamente como los que acabamos de describir; pero como ocurre en la mayoría de las situaciones conflictivas (o «enfermedades») la consulta “a tiempo” suele tener más posibilidades dé éxito que la consulta “postergada”.

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