Por: Lic. Silvia Adán
Directora del departamento de formación del CPP
En el ámbito de la terapia sistémica, el registro clínico se ha convertido en una herramienta fundamental para guiar a los terapeutas en la construcción de casos y en el seguimiento de sus intervenciones. Sin embargo, su utilidad y relevancia pueden variar dependiendo del modelo terapéutico que se siga. Recientemente, un alumno planteó una pregunta interesante sobre este tema, la cual generó una respuesta enriquecedora por parte de los docentes. A continuación, exploraremos esta discusión y sus implicaciones para la formación y la práctica clínica.
La pregunta del alumno: ¿Cómo utilizar el registro en un modelo integrativo?
El alumno partió de una reflexión basada en su experiencia como participante y supervisor en diferentes programas de formación sistémica. Observó que el registro utilizado en estos programas, aunque útil para terapeutas estratégicos centrados en la resolución de problemas, no siempre resultaba igual de relevante para aquellos que se identificaban con enfoques narrativos o estructurales. Por ejemplo, los alumnos narrativos sentían que el registro no les aportaba tanto, mientras que los estratégicos breves lo encontraban útil para formular problemas, definir objetivos y como ayuda memoria.
El alumno también mencionó que, en su experiencia personal, no conocía otro registro que permitiera desarrollar competencias clave y «equivocarse menos» en terapia. Finalmente, planteó una pregunta crucial: ¿Qué piensan los docentes respecto a la utilización del registro cuando convergen distintos modelos sistémicos o se integran modelos sistémicos breves (como el MRI, el Centrado en Soluciones o los Narrativos)?
La respuesta de los docentes: El registro como mapa de ruta
La respuesta de los docentes fue clara y contundente. Ellos conciben el registro como una herramienta que sirve para guiar al terapeuta en el armado del caso y en el seguimiento sesión por sesión de sus intervenciones. El uso disciplinado y reiterado de un modelo de registro que refleje una manera específica de pensar la terapia ayuda a formar al terapeuta en la toma de decisiones clínicas. Esto incluye saber qué información es relevante para diseñar intervenciones, qué preguntas hacer y cuáles evitar, y cómo mantener el foco a lo largo de las sesiones.
Cada ítem del registro tiene una razón de ser, y su práctica constante permite al terapeuta internalizar una forma de pensar y actuar en terapia. Como bien señaló el alumno, «cada modelo de terapia construye y usa datos diferentes», y el registro actúa como un «mapa de ruta» al cual volver cuando sea necesario repasar el proceso terapéutico.
La postura frente a la integración de modelos
Los docentes también compartieron su postura respecto a la integración de modelos. Aunque reconocen la utilidad de incluir técnicas narrativas, estructurales e incluso cognitivo-conductuales, prefieren sostener el modelo original del MRI (Mental Research Institute) como un metamodelo, un paraguas bajo el cual conceptualizar y organizar las intervenciones. Argumentan que el MRI es un modelo sencillo de transmitir, aunque no necesariamente fácil de llevar a cabo, y que partir de un solo modelo permite una mayor coherencia y profundidad en la formación.
La integración de modelos, según los docentes, requiere de mucha pericia y experiencia, y no siempre lleva a buenos resultados o a conceptualizaciones claras. Además, en una organización con cerca de 300 terapeutas y cientos de casos en supervisión, el uso de un modelo de registro común facilita el compartir un lenguaje y una conceptualización coherente de los casos.
Profundizar antes de integrar
La recomendación final de los docentes es clara: es preferible tomar un modelo de registro y profundizarlo hasta convertirlo en un modo de pensar para el equipo terapéutico. Una vez que este modelo está suficientemente internalizado, se pueden sumar otros enfoques e integrarlos, especialmente para terapeutas con un nivel de formación experto.
En resumen, el registro no es solo una herramienta práctica; es una forma de pensar y organizar la terapia. Su uso disciplinado y coherente con un modelo específico puede marcar la diferencia en la efectividad del terapeuta y en la calidad del tratamiento ofrecido. Para aquellos que se encuentran en formación, la clave está en elegir un modelo, internalizarlo y, con el tiempo, explorar la integración de otros enfoques de manera consciente y experta.