Por: Lic. Silvia Adán
Directora del departamento de formación del CPP
En el ámbito de la salud mental, es común confundir los conceptos de diagnóstico y problema. Sin embargo, desde nuestra perspectiva terapéutica, estos términos no son equivalentes. Mientras que el diagnóstico suele ser una etiqueta clínica que describe un estado o condición (por ejemplo, «depresión» o «ansiedad»), el problema es algo más dinámico y contextual. En este artículo, exploraremos esta distinción y cómo entenderla puede transformar la manera en que abordamos la terapia.
Diagnóstico: Una etiqueta, no un punto final
En muchos modelos terapéuticos, especialmente en la psiquiatría tradicional, el diagnóstico es el punto de partida. Si un paciente presenta un estado de ánimo depresivo, por ejemplo, se aplican técnicas específicas para tratar la depresión. Esto no está mal, y en muchos casos es necesario. Sin embargo, desde nuestra propuesta, el diagnóstico no es el eje central del trabajo terapéutico.
El diagnóstico puede ser útil como una herramienta descriptiva, pero no siempre captura la complejidad de lo que la persona está viviendo. Por ejemplo, alguien puede haber sido diagnosticado con fobia a volar hace años, pero eso solo se convierte en un problema cuando, por ejemplo, su trabajo le exige viajar en avión y está en riesgo de perder su empleo. Es en este contexto donde el diagnóstico adquiere relevancia práctica.
El problema: Una construcción contextual
Para nosotros, un problema se define como aquello que impide a una persona hacer algo que desea hacer, o que le dificulta dejar de hacer algo que quiere abandonar. El problema no es una etiqueta clínica, sino una situación concreta que surge en un contexto específico. Es algo que la persona trae a la consulta porque algo cambió en su vida, y necesita ayuda para resolverlo.
Por ejemplo, imaginemos a un paciente que llega a terapia con un estado de ánimo depresivo. En lugar de quedarnos con el diagnóstico de «depresión», exploramos qué está sucediendo en su vida. ¿Qué ha dejado de hacer? ¿Qué no puede dejar de hacer? ¿Cómo ha cambiado su interacción con los demás? Tal vez descubrimos que, debido a su estado de ánimo, ha dejado de cumplir con ciertas responsabilidades en el trabajo, y su jefe le ha dado un ultimátum. Aquí, el problema no es simplemente «depresión», sino «el riesgo de perder el trabajo debido a cambios en su desempeño».
Este enfoque nos permite trabajar de manera más específica y estratégica. En lugar de centrarnos únicamente en el estado de ánimo, podemos abordar el problema en su contexto interpersonal y práctico. ¿Qué está sucediendo en su entorno? ¿Quiénes son las personas involucradas? ¿Cómo podemos intervenir para cambiar la dinámica que mantiene el problema?
El contexto interpersonal: La clave para entender el problema
Una de las ideas centrales de nuestra propuesta es que los problemas no existen en el vacío. Siempre hay un contexto interpersonal que los rodea. Incluso si el paciente dice «no tengo a nadie», es probable que, al indagar un poco más, encontremos conexiones significativas. Tal vez hay una vecina con la que teje una vez por semana, o una hermana con la que habla por teléfono ocasionalmente. Estas relaciones, por pequeñas que parezcan, forman parte del contexto en el que el problema se desarrolla.
Incluso el hecho de que alguien haya derivado al paciente a terapia (un jefe, un médico, un familiar) ya nos da una pista sobre el contexto interpersonal. ¿Qué está viendo esa persona en el paciente? ¿Cómo ha cambiado su percepción? Estas preguntas nos ayudan a construir una comprensión más completa del problema.
Intervenciones centradas en el problema
Una vez que hemos definido el problema, podemos diseñar intervenciones específicas. Estas pueden incluir desde pequeñas metas (como simular un estado de ánimo diferente en determinados momentos) hasta la búsqueda de excepciones (momentos en los que el problema no se manifiesta). También es posible trabajar en colaboración con otros profesionales, como psiquiatras, si el estado de ánimo del paciente requiere medicación.
Lo importante es no quedarnos atrapados en la etiqueta del diagnóstico. En lugar de decir «estoy deprimido y no tengo familia», podemos preguntarnos: ¿Qué está impidiendo que esta persona avance? ¿Qué cambios en su entorno podrían ayudarle a sentirse mejor?
Diagnóstico y problema, dos caras de la misma moneda
En resumen, el diagnóstico y el problema son dos conceptos relacionados pero distintos. Mientras que el diagnóstico nos da una descripción clínica, el problema nos permite entender cómo esa condición afecta la vida cotidiana de la persona en un contexto específico. Al centrarnos en el problema, podemos diseñar intervenciones más efectivas y personalizadas, siempre teniendo en cuenta el entorno interpersonal y las circunstancias únicas de cada paciente.