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Por: Lic. Silvia Alper
Lic. Cristina Elías

Cuando dos personas deciden casarse, lo hacen convencidas de que las expectativas que poseen respecto a la vida matrimonial van a cumplirse en casi su totalidad.

También creen que el mutuo cariño, la comprensión y el respeto serán suficientes para afrontar las vicisitudes de la vida cotidiana.

Esto es así en un porcentaje importante de parejas pero no lo es para todas.

Las expectativas que una persona tiene sobre el matrimonio pueden no ser realistas o tal vez no soportar los cambios por los que va a atravesar la relación. Veamos un ejemplo:

«Valeria y Julián se casaron muy jóvenes; él no había terminado su carrera de abogacía pero ambos pensaban que lo lograrían con ayuda del trabajo de ella. Valeria soñaba con un marido exitoso y confiaba en la capacidad de Julián para progresar rápidamente en la profesión que había elegido. Cuando él se recibiera, ella podría dejar su trabajo y encarar otras actividades que habían quedado pendientes.

A los dos años de casados, Julián no habla podido recibirse y se sentía frustrado, lo mismo que Valeria, que deseaba tener hijos, pero que lo veía imposible teniendo que trabajar tanto. Ambos estaban irritados y discutían con frecuencia».

Para que un matrimonio funcione son necesarios acuerdos sobre distintos aspectos de la vida familiar. Los acuerdos tienen que ver con el lugar que cada uno ocupa en la pareja: las decisiones serán compartidas o cada uno decidirá sobre un área específica; ¿ambos van a trabajar o sólo uno será el soporte económico de la familia?; sobre cuántos niños van a tener y cómo los van a cuidar; qué grado de independencia mantendrá cada uno; con quién vivirán si no pueden vivir solos y cómo será su relación con sus respectivas familias de origen después del matrimonio.

Los acuerdos no se realizan de una vez para siempre sino que se van modificando según las etapas de la vida de la pareja. Otro ejemplo nos aclarará sobre este punto: «Daniel viaja al interior del país por razones de trabajo y conoce a Ana. Cuando se casan, vienen a instalarse a la Capital, en el piso superior de la casa de los padres de él. Durante tres años la pareja convive en armonía tanto entre ellos como con los padres de Daniel. Ana continúa sus estudios y en sus ratos libres ayuda a su marido en el negocio. Cuando nace su primer hijo, Ana se queda todo el día en casa para cuidarlo, su suegra sube con frecuencia al piso superior para ayudarla y Daniel pasa muchas horas en el negocio. Ana siente que ha perdido su independencia y le reprocha a Daniel que estén tan poco tiempo Juntos».

La pareja humana, como todo sistema viviente está sujeta a cambios y se ve enfrentada a la necesidad de adaptarse a ellos para subsistir.

La posibilidad de modificar las expectativas iniciales y de negociar nuevos acuerdos cuando los previos ya no son suficientes o adecuados a las nuevas circunstancias, es lo que hace posible la continuidad del matrimonio. Por supuesto que esto no se logra de un día para otro y sin un grado de conflicto, pero la profundidad y duración de éste dependerá de la capacidad de cada pareja de hacer frente a las crisis y superarlas para pasar a una nueva etapa.

Las parejas que atraviesan situaciones de conflicto no siempre requieren ayuda profesional para resolverlas. Muchas veces, su propia capacidad para modificar sus expectativas y adecuarlas a la nueva realidad, o la plasticidad para enfrentar los problemas son suficientes.

A veces la ayuda externa para el cuidado de los niños les permite a ambos mantener un espacio que se creía perdido: una mudanza a tiempo puede evitar intromisiones no deseadas; y algunos proyectos que ellos tenían antes que llegaran los chicos, ahora que se han ido, quizás los puedan concretar.

Cuando la situación de conflicto lleva un tiempo sin que haya podido resolverse la sensación de fracaso hace que la pareja pelee y se hagan mutuos reproches que tienden a que cada uno se mantenga en su posición y no ceda ni un milímetro de terreno. Cuando la peleas se vuelven intolerables o cuando algún miembro de la familia presenta algún síntoma que expresa el desequilibrio del sistema (puede ser un niño enfermo o un miembro de la pareja con depresión o síntomas somáticos como cefaleas o hipertensión), surge la necesidad de la consulta psicológica.

Como en todos los casos de problemas que requieren ayuda terapéutica, cuanto más reciente sea el problema, mayores posibilidades de resolución tendrá.

En el caso de las parejas en conflicto, el terapeuta tendrá que ayudarlas a negociar nuevos acuerdos que les sirvan para la situación especial que están atravesando. En esta negociación deberá cuidarse de no tomar partido por ninguno de los consultantes. Será respetuoso de la cosmovisión que ellos traen y los ayudará a flexibilizar las reglas de funcionamiento que se han vuelto poco adaptativas, convirtiéndose en el problema por el cual la pareja consulta. Veamos un ejemplo:

Antes que naciera su hijo, Marcela esperaba a su marido cuando él volvía del trabajo, lo escuchaba y lo aconsejaba cuando tenía algún un problema. La regla habitual era que él llegara, contara las vicisitudes de su día hasta que ambos se dormían. Cuando nació el bebé, Marcela se sentía cansada, llena de obligaciones y también ansiosa por tratarse de su primer hijo. Al llegar su marido necesitaba que él la escuchara a ella.

El resultado es que ambos empezaron a estar molestos el uno con el otro; Marcela sentía que él no la escuchaba y Julio que ella no se ocupaba de él como antes.

Durante la terapia, se les propuso un juego que les permitió flexibilizar la regla habitual hasta ese momento. El juego consistía en que cada uno le contara al otro lo que habla ocurrido en el día, durante un tiempo prefijado y sin ser interrumpido. Cada uno podía entonces escuchar y ser escuchado en forma alternada. Más adelante, ellos pudieron dialogar cuando tenían ganas sin tener que recurrir a este simple juego.

El terapeuta debe intervenir de manera tal que la pareja no pueda seguir manteniendo esas reglas rígidas, o bien lograr rectificar la opinión que tienen acerca del problema, de modo que este deje de perturbarlos.

Definiéndose como un negociador, el terapeuta diseña intervenciones tendientes a correr a cada miembro de la pareja del rol estereotipado en el que se desempeña hasta el momento para que pueda experimentar una conducta diferente, transformando las quejas en pedidos concretos que puedan ser respondidos de la misma manera.

Irma y Mario, por ejemplo, consultan porque pelean con frecuencia. Mario está irritado y se queja de la frialdad de Irma. Él está muy presionado en su trabajo, tiene frecuentes ataques de asma y necesita un ambiente afectuoso en su casa que ahora no encuentra. Irma se define como una persona insegura, que se casó con Mario porque creía que él era fuerte y seguro y que sería su apoyo. Ahora cree que no es así y lo rechaza. Durante la terapia, Mario empieza a resolver sus problemas laborales, expresando lo que piensa, sus ataques de asma disminuyen y su jefe reconoce su capacidad e iniciativa. Irma por su parte, retoma la carrera que había abandonado al casarse, y comprueba que es capaz de ocuparse de su casa y sus estudios.

Ella nota que Mario ha empezado a imponerse en su trabajo y que su salud ha mejorado, ahora se siente más cerca de él y cree que no se equivocó cuando lo eligió como marido.

En este caso la terapia permitió resolver problemas individuales que estaban ejerciendo presión sobre la interacción de la pareja.

Si bien hay muchos caminos para llegar a Roma, podemos transitar aquellos que antes de llegar al final atraviesen los lugares históricos, o bien por algunos otros más breves y directos.

No importa por cual nos decidamos: si nuestra meta está claramente definida tendremos más posibilidades de que el resultado sea eficaz.

 

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