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Por: Lic. Silvia Adán
Directora del departamento de formación del CPP

En el mundo de la terapia sistémica, la co-construcción del problema entre el terapeuta y el consultante es un proceso clave para definir el motivo de consulta y los objetivos del tratamiento. Recientemente, tuve la oportunidad de observar una entrevista simulada basada en un caso real que ilustraba este proceso de manera magistral. En este artículo, compartiré algunas reflexiones sobre lo que vi, así como una pregunta que surgió durante la observación y la respuesta que recibí, la cual arroja luz sobre cómo se abordó el caso en la práctica.

La entrevista: Contención, empatía y co-construcción

La entrevista simulada fue un ejemplo claro de cómo un terapeuta puede ser estratégico y empático al mismo tiempo. El terapeuta mostró una gran capacidad de contención, validando las emociones de la consultante y reflejando sus necesidades. Esto fue especialmente relevante, ya que la consultante mencionó explícitamente que necesitaba ser escuchada y orientada. Sin embargo, el terapeuta no se limitó a escuchar; también supo identificar y trabajar con la ambivalencia de la consultante.

La consultante expresó tres deseos principales:

  1. Ser escuchada.
  2. Recibir orientación.
  3. Poner un límite a su relación (terminarla).

El terapeuta, en lugar de tomar estos tres puntos de manera literal, se centró en lo que parecía ser el núcleo del problema: la dificultad de la consultante para decidir qué hacer con su relación. Al preguntarle si le gustaría que la terapia la ayudara con esta decisión, el terapeuta no solo validó su ambivalencia, sino que también co-construyó un objetivo terapéutico claro y manejable.

La ambivalencia y la etapa del cambio

Uno de los aspectos más interesantes de la entrevista fue cómo el terapeuta manejó la ambivalencia de la consultante. Aunque ella mencionó su deseo de terminar la relación, también dejó claro que aún sentía afecto por su pareja. Esto es típico de la etapa de contemplación en el modelo de cambio: «Sé que tengo que cambiar, pero aún no estoy lista». El terapeuta no cayó en la tentación de dar directivas o sugerencias prematuras; en cambio, exploró la ambivalencia de manera respetuosa y coherente con la etapa en la que se encontraba la consultante.

Esto me llevó a plantear una pregunta: ¿El terapeuta consideró explícitamente la etapa del cambio de la consultante para trabajar con su ambivalencia (por ejemplo, utilizando una balanza decisional) o se abordó de otra manera en sesiones posteriores? Además, dentro de los límites profesionales, ¿podrían compartir qué pasó con el caso?

La respuesta: Más allá de los estereotipos

La respuesta que recibí fue tan esclarecedora como reconfortante. En primer lugar, se destacó que la crítica histórica hacia los terapeutas del MRI (Mental Research Institute) como «fríos y calculadores» es más un estereotipo que una realidad. Como bien señalé en mi comentario, la frialdad no es inherente al modelo, sino que depende del estilo del terapeuta. Se puede ser estratégico, mantener un foco claro y, al mismo tiempo, ser empático y contenedor. La imagen del terapeuta MRI como un jugador de ajedrez distante es, afortunadamente, cosa del pasado.

En cuanto al caso específico, se confirmó que el terapeuta sí consideró la etapa del cambio en la que se encontraba la consultante. El tratamiento se dividió en dos etapas:

  1. Primera etapa: La consultante trabajó en su ambivalencia, explorando los pros y los contras de continuar o terminar la relación. Después de este proceso, decidió postergar su decisión y se fijó un plazo de aproximadamente un año y medio.
  2. Segunda etapa: La consultante regresó a terapia con una actualización: su pareja había terminado la relación porque su esposa descubrió la infidelidad y le exigió que cortara todo contacto con la amante.

Este caso es un ejemplo de cómo la co-construcción del problema y el manejo de la ambivalencia pueden ser herramientas fundamentales en la terapia. También demuestra que el modelo MRI, lejos de ser frío o calculador, puede ser aplicado con empatía y sensibilidad, adaptándose a las necesidades del consultante.

La clave parece estar en el equilibrio entre la estrategia y la contención, entre el foco en los objetivos y la validación de las emociones. Como terapeutas, es esencial recordar que los modelos son guías, pero es nuestro estilo y nuestra humanidad lo que realmente marca la diferencia en la sala de terapia.

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