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En los últimos años, el término trauma ha ganado una enorme visibilidad tanto en el discurso social como en el ámbito clínico. Esta mayor conciencia es, en muchos sentidos, positiva: permite validar experiencias de sufrimiento profundo que antes podían pasar desapercibidas. Sin embargo, también trae consigo un riesgo importante: la ampliación excesiva del concepto.

Nombrar no siempre ayuda

No todo malestar emocional es trauma. Hay experiencias vitales dolorosas (como una ruptura sentimental, la pérdida de un empleo o un conflicto familiar) que generan sufrimiento, pero no necesariamente constituyen un evento traumático. Cuando usamos la palabra “trauma” para describir cualquier experiencia difícil, corremos el riesgo de patologizar el dolor inherente a vivir, de cristalizar el malestar y dificultar los procesos naturales de afrontamiento.

Lo traumático como ruptura de sentido

Desde una perspectiva clínica, el trauma no se define solo por la intensidad del sufrimiento, sino por el quiebre que produce en la integridad psicológica de la persona. Un acontecimiento traumático genera una vivencia de amenaza inminente o de desamparo absoluto, muchas veces acompañada de una sensación de que el mundo ha dejado de ser un lugar seguro. No toda adversidad genera este tipo de respuesta.

Cuidar la precisión conceptual

Para quienes trabajamos en salud mental, es fundamental conservar cierta precisión en el lenguaje diagnóstico y clínico. Ampliar demasiado la noción de trauma puede tener consecuencias concretas: desdibujar las prioridades de atención, favorecer intervenciones poco ajustadas o, incluso, dificultar la recuperación de quienes sí han atravesado experiencias traumáticas.

Malestar legítimo, intervenciones ajustadas

El sufrimiento emocional no traumático también merece escucha, contención y, en muchos casos, acompañamiento terapéutico. Pero no requiere el mismo tipo de abordaje que un trastorno de estrés postraumático o un trauma complejo. Hacer esta distinción no minimiza el dolor de nuestros consultantes; al contrario, lo dignifica y permite pensar intervenciones proporcionales y efectivas.

Una responsabilidad clínica y ética

Como profesionales, tenemos la responsabilidad de ayudar a nuestros pacientes a nombrar lo que viven, sin sobrediagnosticar ni restar gravedad a sus experiencias. A veces, nombrar un dolor como “trauma” puede ser un intento de encontrar sentido o de validar una vivencia difícil. Pero no siempre es la etiqueta más útil para promover el bienestar y la autonomía psicológica.

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