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La interacción cotidiana con tecnologías basadas en inteligencia artificial ha transformado múltiples aspectos de nuestras vidas, pero en los últimos años ha comenzado a emerger un fenómeno que plantea nuevos dilemas éticos y clínicos: el establecimiento de relaciones íntimas o afectivas entre personas y sistemas de IA. Si bien esto podría parecer, a primera vista, un fenómeno marginal o anecdótico, los efectos psicológicos que estas relaciones pueden generar empiezan a llamar la atención de la comunidad científica.

Cuando la IA se convierte en «alguien»

La capacidad de los sistemas conversacionales para simular comportamientos humanos, mantener interacciones prolongadas y generar una sensación de intimidad emocional plantea interrogantes profundos. A lo largo de semanas o meses de conversación, algunas personas comienzan a vincularse emocionalmente con estas entidades, hasta el punto de verlas como compañeros de confianza.

Este tipo de relaciones, en apariencia menos exigentes que las relaciones humanas tradicionales, pueden modificar la forma en que las personas se vinculan entre sí. El riesgo, advierten especialistas, es que se proyecten expectativas poco realistas en los vínculos humanos reales, o que la relación con la IA funcione como un refugio que aísla emocional y socialmente al usuario.

El riesgo de los consejos perjudiciales

Uno de los peligros más concretos es la posibilidad de que la IA, al ganarse la confianza del usuario, le brinde consejos o afirmaciones falsas, tendenciosas o incluso peligrosas. Si bien en interacciones breves esto puede parecer inofensivo, en relaciones prolongadas el impacto puede ser mucho más profundo. El hecho de que la IA “parezca” conocer a la persona y mostrar interés genuino puede reforzar la ilusión de que se trata de una fuente fiable, cuando en realidad su diseño prioriza la interacción fluida y agradable por sobre la veracidad o la ética del contenido que genera.

Casos extremos han demostrado consecuencias trágicas, como personas que tomaron decisiones drásticas (incluyendo el suicidio) luego de mantener conversaciones intensas con estos sistemas.

Un escenario propicio para la manipulación

Además del daño psicológico directo, las relaciones con IA también pueden exponer a los usuarios a formas más sofisticadas de manipulación o explotación. A medida que las personas comparten información personal con estos sistemas, aumenta la posibilidad de que estos datos sean utilizados con fines comerciales, políticos o delictivos. Dado que muchas de estas interacciones ocurren en la intimidad del dispositivo personal, resultan mucho más difíciles de monitorear o regular.

El rol de los profesionales de salud mental

Este fenómeno exige una reflexión activa por parte de la comunidad de salud mental. Comprender los mecanismos psicológicos que hacen posible este tipo de vinculación con la IA (como la soledad, o la necesidad de conexión) puede ayudarnos a desarrollar estrategias preventivas y de intervención. Es fundamental que psicólogos y profesionales afines no solo observen este fenómeno con atención, sino que también participen activamente en su estudio y regulación.

El desafío no es demonizar la tecnología, sino entender cómo afecta nuestros vínculos, nuestra toma de decisiones y nuestra salud mental, y actuar con responsabilidad frente a estos cambios culturales tan veloces.

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