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La preocupación por el impacto del uso de pantallas en la salud mental adolescente crece día a día. En los consultorios, es habitual escuchar relatos de padres angustiados, profesionales desorientados y jóvenes que pasan horas conectados, pero cada vez más desconectados de sí mismos y de su entorno. Sin embargo, una reciente investigación publicada en JAMA Psychiatry ofrece un matiz interesante: el problema no es únicamente cuánto tiempo pasan los adolescentes frente a la pantalla, sino cómo se relacionan con ella.

En este artículo, proponemos revisar los hallazgos más recientes y abrir interrogantes clínicos que nos permitan acompañar mejor estos fenómenos desde la práctica profesional.

¿Pantallas o uso adictivo? Lo que el estudio encontró

El estudio en cuestión siguió a más de 4.000 niños desde los 10 hasta los 14 años, evaluando no solo el tiempo que pasaban frente a dispositivos, sino también signos de uso adictivo: dificultad para dejar de usarlos, angustia ante la imposibilidad de acceder, y necesidad creciente de uso.

El resultado fue contundente: no se halló una relación significativa entre la cantidad de horas frente a pantallas a los 10 años y la presencia de conductas suicidas cuatro años después. En cambio, sí se encontró un fuerte vínculo entre el uso adictivo de tecnología y la ideación suicida o autolesiones.

Niños que presentaban un patrón de uso altamente adictivo tenían entre dos y tres veces más probabilidades de reportar pensamientos suicidas a los 14 años.

¿Qué implica hablar de “uso adictivo”?

Desde una perspectiva clínica, resulta útil pensar el uso adictivo en clave dimensional. No se trata solo de un exceso cuantitativo, sino de una relación subjetiva con la tecnología que interfiere en la regulación emocional, en la vida cotidiana y en los vínculos significativos.

Este patrón se caracteriza por:

  • Sensación de pérdida de control
  • Ansiedad o irritabilidad ante la imposibilidad de usar el dispositivo
  • Uso como forma de evitación o descarga emocional
  • Dificultades para sostener otras actividades gratificantes

Este tipo de uso aparece con mayor frecuencia en población adolescente, etapa donde aún no se encuentra completamente desarrollado el lóbulo prefrontal, clave en el control inhibitorio y la toma de decisiones.

Repercusiones clínicas y psicosociales

El vínculo entre uso adictivo y sufrimiento psíquico exige que lo pensemos más allá del diagnóstico. Algunas implicancias que podemos considerar en nuestras intervenciones:

  • Evaluar la función del dispositivo: ¿Para qué se usa? ¿Qué se intenta evitar, regular o buscar?
  • Descentrar el foco del “tiempo de pantalla” como indicador exclusivo de riesgo. Niños con poco tiempo de uso también pueden presentar una relación patológica si este uso tiene una función de regulación desbordada.
  • Visibilizar desigualdades estructurales: el estudio identificó mayor prevalencia de uso adictivo en familias monoparentales, de bajos ingresos o sin educación universitaria. Esto nos recuerda que no todos los hogares tienen las mismas posibilidades de limitar o acompañar el uso digital.
  • Prestar atención al aumento progresivo: niños que comienzan con bajo uso pero que lo incrementan significativamente en pocos años también presentan riesgos elevados. Detectar estos patrones tempranamente puede marcar la diferencia.

¿Qué hacemos como profesionales?

Desde nuestro rol, podemos aportar acompañamiento, psicoeducación y herramientas específicas para trabajar con los jóvenes y sus familias. Algunas claves posibles:

  • Intervenciones basadas en terapia cognitivo-conductual pueden ser útiles para abordar patrones compulsivos o conductas de evitación.
  • Promover hábitos de autocuidado digital, ayudando a adolescentes a identificar el impacto emocional del uso y generar rutinas que incluyan pausas, actividades offline y momentos de conexión con otros.
  • Fomentar espacios de conversación con madres, padres y cuidadores donde se problematice el uso de dispositivos sin caer en la culpa ni en la sobreintervención punitiva.
  • Sostener una lectura contextual: no se trata solo del dispositivo, sino de los climas familiares, escolares y sociales que configuran las escenas de uso.

Una invitación a pensar(nos) con otras preguntas

Este estudio viene a recordarnos algo que muchas veces intuimos desde la clínica: no alcanza con contar las horas de pantalla. Es necesario pensar qué hay detrás del uso, qué emociones están en juego y cómo podemos acompañar a los jóvenes a construir una relación más saludable con la tecnología.

Quizás una de las preguntas más relevantes que podemos hacer en la consulta, tanto a ellos como a sus adultos, no sea “¿cuántas horas usás el celular?”, sino:

  • “¿Cómo te sentís cuando no lo usás?”
  • “¿Qué dejaste de hacer desde que estás más conectado?”
  • “¿Qué necesitás que te calme o acompañe cuando agarrás el teléfono?”

 

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