Por: Lic. Laura N. Martínez
Especialista en Terapia de Grupo
Muchas veces, como terapeuta de un paciente individual, o bien vincular, cuando el tratamiento va avanzando en su curso y uno considera que podría cerrarse pero que aún faltan cosas, o bien que el paciente evoluciona pero que podría un poco más y no entiende por qué… es cuando la variable interpersonal, mas allá del sistema del paciente, parece hacerse necesaria.
El paciente en grupo
Un paciente en grupo conoce lo suyo, lo que siente, lo que le pasa, pero en relación con otros, que a su vez, conocen, sienten y les pasan cosas… entonces ya no cuenta lo que le pasa con otros en un espacio individual, lo que sintió, lo que el otro le dijo. Cuando lo cuenta, lo cuenta en presencia de otros y esos otros le dan vida a su vivencia, y esa vivencia deja de ser de uno para pasar a ser compartida.
Pero no alcanza sólo con compartirla, no es el solo hecho de hablar lo que ayuda, si bien es parte. Está la interacción, que es el circular de la empatia, en un contexto cuidado, contenido, no sólo por el coordinador, que no hace las veces de experto sino de conductor activo de ese encuentro, sino también por los mismos compañeros, quienes se movilizan por vivencias similares, opuestas o incompatibles con las propias, volcando en el intercambio, cual espejos que se multiplican y amplían, lo que sienten, piensan y les pasa con lo que está poniéndose en juego en ese momento.
Es importante aclarar acá que lo que se pone en juego, lo que se tendrá en cuenta en la dinámica interpersonal, es el “aquí y ahora”, teniendo en cuenta los axiomas comunicacionales, qué le pasa a uno con las reacciones del otro, no teniendo tanto en cuenta lo anecdótico, sino más bien lo que genera ese tema en la persona que lo trae y en el resto del grupo, en la situación, como para poder trabajar las interacciones, explicitarlas y generar nuevas.
Cuando hablamos de interacción, el simple vocablo engloba mucho contenido: lo que dice una persona en el grupo, lo que le pasó con ello, cómo lo dice, a quién se lo dice, qué pretende obtener de sí mismo y del grupo cuando elige ese tema y no otro para compartir con el resto; y qué es lo que obtiene: qué es lo que genera en los demás, en cada uno, en un complemento, en un opuesto, en una contradicción… Cómo responde a eso, de qué le sirve para accionar en su propia vida, dentro y fuera del grupo y qué tema será seguido por su disparador…
Feedback, ida y vuelta de la información, lleno de comportamiento, de miradas, de acciones en cada palabra… vuelta recursiva que genera nuevamente un nuevo disparador, que dará origen a otro y a otro, algunos trabajables, otros implícitos y que cada uno llevará a casa y trabajará en su interacción cotidiana y que dará origen posiblemente al comienzo del próximo encuentro grupal. Cuando hablamos de implícito, estamos hablando desde la teoría Pichoniana, es decir de todo aquello que se encuentra por debajo de todo trabajo comunicacional, las fantasías, las ansiedades, las dificultades más profundas que componen el accionar de todo ser humano y que paulatinamente se irán transformando en una danza creada y protagonizada por el conjunto de los integrantes del grupo, por una decodificación compartida, pautas comunicacionales adaptadas a ese grupo, diferente a otro que estuviésemos observando en su dinámica.
Enriquecimiento del terapeuta
Pero aquí quiero primar no sólo la importancia que este trabajo tiene para el paciente y todo lo que puede nutrirse y nutrir a otros en el intercambio, si no también priorizar la riqueza que le aporta al terapeuta, cuánto se aprende de la dinámica de un grupo en la tarea de la terapia… Porque el terapeuta es parte de un juego que no sólo tiene que ver con un paciente, tiene que ver con la coreografía que dispone en una dinámica funcional e interactiva que desafía cuando interviene y cuando no, teniendo en cuenta la riqueza que implica que el grupo trabaje solo y avance y retroceda, a veces sin casi prestar atención al terapeuta, no porque no lo registre, si no simplemente porque comenzaron a danzar en pos de la dinámica interaccional y eso es lo que se llevan y los enriquece en la cotidianeidad de sus días, retomando nuevamente en el próximo encuentro desde lo que dejaron inconcluso, o simplemente comenzando otra danza que los traslade al mismo puerto en el que anclaron la vez anterior; en el encuentro personal e interpersonal de la riqueza grupal.
Armado del grupo
Es importante destacar que uno de los ítems cruciales es, justamente, el armado del grupo, quienes lo conformarán, intentando predecir desde las entrevistas individuales y el motivo de consulta de cada uno de los posibles postulantes cuál será el comportamiento interaccional y qué es lo que queremos lograr (en co-construcción con el cliente que nos consulta) del dispositivo grupal.
Por ejemplo, si una persona tiene serias dificultades para poder decir de una manera asertiva lo que piensa al otro en un ámbito especifico, ya sea porque es muy introvertida o porque no maneja sus reacciones explosivas cuando algo lo molesta, en un grupo se encontrará con personalidades complementarias y podrá practicar el cómo decir las cosas de otra manera, ensayando, observando, equivocándose, seguramente con menos peligro en este contexto que en su contexto cotidiano.
Desde aquí, y siguiendo lo propuesto por Irvin Yalom, la heterogeneidad de los integrantes hará que sea más viable lo que uno como terapeuta se propone y espera que el cliente logre. Habrá que trabajar en la heterogeneidad, edad, género y maneras de relacionarse, pero lograr la homogeneidad en la capacidad de cada integrante y del grupo en particular, para tolerar la vulnerabilidad y el manejo de la frustración cuando las cosas no funcionan como cada uno espera.
Por último diremos, tomando las palabras de Yalom, que el grupo es una especie de microcosmos social en el que se manejará la diversidad, justamente para generar aquellos cambios que podrán ser practicados en la interacción para luego animarse en la cotidianeidad.
