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En el campo de la psicología, la supervisión clínica es un pilar esencial para el desarrollo de profesionales en formación. La práctica ha demostrado que los supervisores deben adoptar diferentes roles según la etapa de aprendizaje en la que se encuentren sus supervisados. Desde ser un maestro paciente hasta convertirse en un consultor respetado, el proceso de supervisión pasa por cuatro fases clave, cada una con sus retos y oportunidades.

  1. El maestro: acompañando al principiante inseguro

En la etapa inicial, el supervisado suele estar abrumado por su inexperiencia. Su preocupación principal es «hacerlo bien», aunque muchas veces sus objetivos son vagos o idealistas. Aquí, el papel del supervisor es crear un ambiente de confianza, establecer expectativas claras y enseñar a diferenciar entre los problemas propios y los de los clientes.

El mayor desafío es ayudar al supervisado a reconocer sus inseguridades y normalizarlas. La autorrevelación del supervisor puede ser útil para mostrar que todos enfrentan temores al inicio de su carrera. Además, establecer límites desde el principio es crucial para prevenir la confusión entre lo personal y lo profesional, un problema común en esta etapa.

  1. El guía: fortaleciendo la confianza y la intuición

Con una base sólida, el supervisado pasa a un nivel en el que «no sabe lo que sabe». Ha ganado habilidades, pero aún necesita orientación para entender cómo aplicarlas con confianza. Sus preguntas comienzan a centrarse en aspectos más profundos, como manejar su incomodidad ante temas sensibles.

Aquí, el supervisor actúa como un guía que fomenta la intuición y ayuda al supervisado a centrarse en los problemas presentes en la sesión. La supervisión grupal puede ser especialmente útil en esta etapa, ya que reduce la ansiedad por parecer inexperto ante los demás y promueve el aprendizaje compartido.

  1. El guardián: enfrentando la ilusión de «saberlo todo»

En esta fase, el supervisado suele sentirse más seguro, pero esa confianza puede derivar en arrogancia. Aquí es donde el terapeuta «no sabe lo que no sabe». Tiende a sobrepasar límites, subestimando los riesgos o ignorando sus propios puntos ciegos.

El rol del supervisor es mantener un equilibrio delicado: apoyar la independencia del supervisado mientras establece límites claros. Es un momento para canalizar su energía hacia nuevas oportunidades, como supervisar a otros o explorar modalidades terapéuticas diferentes. Evitar luchas de poder es clave para mantener una relación profesional constructiva y prevenir rupturas en la supervisión.

  1. El consultor: construyendo una relación de pares

Cuando el supervisado llega al punto en que «sabe lo que no sabe», surge una relación de respeto mutuo. Reconoce sus limitaciones y busca apoyo cuando lo necesita. Esta etapa representa el inicio de una colaboración más equitativa, donde ambos crecen como profesionales.

El desafío en esta fase es evitar el estancamiento. El supervisor debe fomentar la creatividad y proponer retos que mantengan al supervisado motivado. Capacitarlo para supervisar a otros y guiarlo en esta nueva faceta profesional es un paso natural hacia la consolidación de su autonomía y liderazgo.

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